jueves, 3 de mayo de 2018

Soy un director de juego rapiñador


Hay muchas formas de jugar a rol, y ninguna es incorrecta. 

Esta es una máxima que me ha acompañado desde que me di cuenta de que había rol más allá de mi cueva personal de juego; de mi nicho. En ese momento supe intuitivamente que si no me imponía un principio de respeto y aperturismo sobre lo que los demás hacían, me convertiría en un juez del rol, comparándolo todo con lo que nosotros hemos hecho siempre, y considerando lo mio como lo mejor.



Esta no es una idea baladí. Es la clase de cuestiones que cuando ves escritas reconoces propias del sentido común, pero que cuando intentas ejecutar no resultan tan simples. Como perdonar a ese amigo que te ha herido, o correr detrás de la chica tragándote tu orgullo porque la amas, ella te ama, y todos los espectadores sabemos que es una simple confusión comunicativa. 

Solía pensar así ante los argumentos de las pelis noventeras, donde el drama se basaba en comunicaciones artificialmente fallidas entre personajes planos. Pero luego, el hecho cierto, es que yo tampoco corría. Mi orgullo me paralizaba. Tampoco perdonaba, necesitaba una retribución “sentida”. Una poderosa relación inversa entre teoría y práctica que todos, paradójicamente, también conocemos.

Por ello, como decía, no me resultó simple de ejecutar ese ejercicio de respeto hacia las formas de entender el rol de los demás. Requirió un esfuerzo. El objetivo, he de confesarlo, no era respetar. Eso fue una consecuencia. El objetivo era rapiñar. Rapiñar técnicas, metodologías y trucos. La clase de cosas que no puedes hacer con el peso de la crítica a la espalda. Es como la diferencia entre intentar desmontar el pistón del motor de un Cadillac y el acto de criticar el diseño del jodido coche. Habrá quien critica el jodido coche mientras desmonta el motor… no se, serán genios. Yo no doy para ambas cosas.

La esencia de toda esta palabrería es que cada uno de nosotros dirigimos articulando una serie de herramientas, trucos y métodos que definen nuestro “estilo” y nuestra “técnica”. Y que si estamos abiertos a analizar sin criticar los métodos de los demás podremos encontrar herramientas que sumar a nuestro abanico de trucos, incluso de Dj que tienen estilos y formas de jugar que no encajan  nada con nosotros. E incluso no solo del rol.



Los cuentacuentos son seres extraordinarios. Narran una aventura a un grupo de niños (que son de los entres más exigentes de este pequeño planeta) y logran no solo motivarlos para continuar descubriendo la historia, sino motivarlos para que la imaginen. Emplean tonos, movimientos, expresiones faciales y objetos y sonidos de toda índole para impactar en las mentes de los pequeños demonios que los observan. ¡No se amedrentan cuando tienen un público difícil! Y es así porque saben que, justo cuando lo deseen, los cogerán a todos de imprevisto. 
Reducen el tono poco a poco, agachan los hombros y el rostro, se dan la vuelta despacio, guardan silencio y entonces… se giran velozmente gritando ¡¡ZAS!! Y todos los niños dan un respingo asustados (los padres y madres también ¿qué hace el tipo este asustándolos así?)… para luego estallar en carcajadas. 

Los cuentacuentos tienen trucos que nos dejarían anonadados. Saben leer a su gente, no esperan a pequeños duendecillos pasivos como público. Saben que cada actuación será un enigma, que tienen que ganarse a cada peque, y que más les vale ser ágiles a la hora de sacar su repertorio de trucos en el momento adecuado o no verán los rostros resplandecer. Ensayan donde requieren mejora y potencian sus virtudes hasta que son tan explosivas que les garanticen un 100% de su capacidad en cada intento… pero sobre todo, ¡sobre todo! no cuentan cuentos a medias, lo dan todo en cada obra. 

¿Contar cuentos al jugar a rol? Tenemos, en mi opinión, grandes cosas que aprender de ellos, tanto como directores, como jugadores. 

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