viernes, 25 de febrero de 2022

Sobre la vulnerabilidad de los personajes en nuestras partidas de rol

Descubro que valoro demasiado poco algo que me encanta al jugar a rol: sentir la vulnerabilidad de los personajes. Interpretar personajes que no pretenden ser perfectos, héroes, ni estar blindados ante cada acontecimiento que ocurre en la partida. En pocas palabras, son vulnerables. Personajes que sufren, cometen errores y a los que dañan las relaciones con otros personajes sin que mantengan una pose imbatible. 


Primero descubrí esto dirigiendo. Había algo muy útil en los PNJ que son intimidados por los PJ, que son machacados o que muestran su sufrimiento ante los hechos. Interpretarlos  me provocaba una serenidad extraña. ¿Por qué? Al principio ni siquiera lo sabía. No llamaba mi atención. Eran PNJ insignificantes en la mayoría de los casos. Pero provocaban fuertes emociones en los PJ que molaban durante la partida. Los PJ son fuertes, los PNJ son débiles, esto implica que los PJ se reafirman en sus virtudes y los jugadores disfrutan con ello, interpretan a personajes capaces en la historia, relevantes, que se revelan como agentes del cambio en la narrativa. Y mis PNJ débiles posibilitan que muestren sus habilidades, que se creen escenas donde su intimidación, su fuerza, su carisma, etc. se luzcan. Esto provoca, en general, que el /la jugadora se identifique con su personaje. Pero yo también me identificaban con los míos, débiles y efímeros. Y eso me ralló. 



Poco a poco esto fue pasando a un segundo plano y los PNJ vulnerables me gustaban cada vez más por las sensaciones que me provocaban a mi, y no tanto por las que ofrecían a los jugadores. Me entregaban un espacio de vulnerabilidad en el que sentir un espectro de emociones de esas que ordinariamente ignoras o niegas. “No quiero ser una persona vulnerable. No soy vulnerable” es un mantra extraño que, oh sorpresa, tengo asentado en la cabeza. Quizá sea la clase de fantasma de la masculinidad frágil que, como hombre, llevo mamando desde niño. Quizá sea un elemento no tanto de género como sí social, de esos que la sociedad impone silenciosamente y se instala en nuestras mentes haciéndonos creer que son parte intrínseca de un adulto “sano”. 

En algún momento, quizá amparado por esta corriente de los juegos de rol de “jugar para perder”, trasladé esto de la vulnerabilidad de los PNJ que interpretaba como director a los personajes que interpretaba como jugador. Y me encantó. Aparecen miles de nuevas posibilidades para historias y aventuras cuando tu personaje es en sí mismo un espacio de vulnerabilidad. Puedo ser dañado, pueden herirme emocionalmente, físicamente, psicológicamente, y puede que no haya un final hermoso en esta historia. El daño no es una cifra mecánica sin alma del sistema de juego. Es un elemento interpretado, sentido desde el personaje. Me enfrento, en la partida, a la incertidumbre de la resolución de ese daño. ¿Cambiará al personaje? ¿Lo destruirá? ¿Tendrá una catarsis que lo transforme y todo saldrá bien? No actúo buscando el desastre como un guionista que seleccione el drama como mejor opción narrativa. Me reconozco como un personaje imperfecto que no tiene todas las soluciones, que descubre su limitación en áreas críticas, que se bloquea ante el dolor o que es mediocre porque no da más de sí ante el estrés. Es injusto, estúpido, empecinado porque no acepta su error, grita y llora e inevitablemente, una parte de mi se cuela en él. Una parte mayor de lo habitual.


Tengo la sensación de que no creamos con frecuencia espacios de vulnerabilidad en nuestras vidas. No sé si tú lo haces. Yo no lo hago. Estos espacios están reservados a la mayor intimidad de mis amigos o mi pareja. E incluso con ellos hay ocasiones en que ser vulnerable es una opción naturalmente rechazada. En momentos críticos: ser sólido. Siempre he actuado así. Y sé que esto aporta un daño acumulativo invisible, pero por ahora no sé ser de otra manera. Pero fíjate, qué cosas, en el rol, sin pretenderlo, se han creado espacios de vulnerabilidad maravillosos. Y ahora disfruto con ellos una barbaridad.


El dolor que he sentido con mi personaje de Rin durante las partidas de Waterdeep, por ejemplo, ha sido tan pero tan sumamente delicioso que no le haría justicia con pocas palabras. Rin era imperfecto, sensible y cambiante. No fue un personaje diseñado, fue un personaje descubierto e interpretado desde la curiosidad y la vulnerabilidad. “Puedes hacerme daño” es uno de sus mantras, y jugaremos para ver lo que pasa. Seguir ese camino abrió puertas a la redención, al encuentro emocional con otros personajes, a la transformación del propio dolor en algo bello y a jugar de forma desgarradora, sin contención en la búsqueda porque respetar al personaje implicaba aceptar su vulnerabilidad imperfecta. En ningún caso el dolor de Rin se traspasó a mi persona causándome un sangrado que se mantuviese más allá de la partida. Pero por supuesto que me impactaba. Me transmitía una paz con el personaje que lo hacía íntimo para mi. Le daba riqueza, profundidad y transformación. Rin podía cambiar solo porque era vulnerable, permeable a la ficción. Por eso adoro la vulnerabilidad de los personajes que interpreto, y veo tan importante como jugador y como director de juego crear espacios de vulnerabilidad para ellos.


Me pregunto qué dice de mí como persona todo esto, y no tengo ninguna respuesta que pueda compartir con vosotros, salvo que me entusiasma el enigma. Sea como fuere, sé que he descubierto algo importante: necesito como persona tener espacios donde sentirme vulnerable. Y que sean espacios seguros. Algo que encuentro en el rol cuando jugar es en sí mismo seguro, con gente a la que aprecio y que siento que me abren puertas claras de confianza. Me sienta bien.


Encuentro una honda diversión en jugar de este modo, sobre todo sabiendo que no es un imperativo constante, solo un matiz más de posibilidades para interpretar y dirigir a personajes en partidas de rol. ¿Qué habrá mejor que tener un color más en tu paleta de pintor? Ni es el color definitivo ni es mejor que los demás, pero con él puedes plasmar nuevas cosas en el lienzo.