Cada noche un aquelarre y por más que lo intento
no doy pie a nihilizar mi pensamiento
cada semana un holocausto, mientras paciente
desde las llamas me observa el buey iridiscente.
Siempre en recodos, tras las esquinas
siempre distante aún en tumultos,
siempre en silencio...
cuando prospere en la entretierra
la planta mordaz que ahogará el cultivo
frenando a la hoz en su palacio,
allí me hallaré recogiendo sus semillas
para distribuirlas prontamente a mis pensares
no vaya a ser que en los hogares
sea único alimento a la mente el joven trigo.
Pues es consejo de loco el que ilumina
como el embriagado ensarta con verdades
mientras el cuerdo cree que camina
calificando al mundo en sus andares
pero no...
no hay paciencia...
y no hay respeto a la locura
si a la voz del anciano se la encierra en los portales
no hay estancias ya
que nos muestren travesura
si los niños rumian libros cual si fueran animales
y a esto,
¿qué nos queda de la bestia?
La pasión de aquellos tiempos
en que muerte era protesta
en que amor del ser amado te fraguaba y te fundía
en que un ser miraba al cielo,
¡y su dios le respondía!
ya no quedan locos, lobos...
solo quedan cuerdos, perros...
constructores de collares que jamás pierden la senda
definidores silogistas que huyen de las tormentas
amanuenses zurdos, siniestros, lacayos de la herencia
mientras el mundo
se contempla herido, hermoso,
ante el espejo de su ciencia.
¿Dónde nos tumbaremos los desorientados?
Si la duda es señalada símbolo del ser hundido
si el que se sabe roto no tiene espacio
donde ser reconstruido
cuando la calma, llana y cruel
aterra a quien siembra versos
en cumbres distantes, sin nidos
y éstos aguardan como pétreas promesas
al buen cincel que los torne ladrillos
no quedan alas para los que, al nacer,
nacieron muertos de pasiones comunes
los que buscan el sabor de la hiel
lanzando dados
sobre el calor de las nubes.
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