Pareciera la voz de un malherido. Era quebradiza y lastimera. Mezcla de lloroso chiquillo adolescente y cachorro abandonado a la injusticia del aislamiento pero, por alguna razón, tenía potencia suficiente como para entenderse con nitidez por encima del estruendo de la lluvia.
– Su furia… se diluye con la lluvia. Mientras veo el manglar no puedo dejar de beberla con mis ojos. Me siento sediento y la vida del Dios de las aguas hace tiempo que no puede ya calmar mi sed. Cada músculo de mi que se tensa busca ser instrumento para cantar su melodía, cada cabello de mi piel no dice ya ser mío, sino suyo. Suyo y de su mirada que ha esculpido en mi cráneo un misterio insondable de adoración y cánticos que no soporto ya cargar. ¿a dónde iré que no sienta su corazón latir en vez del mío? ¿Que caverna me acogerá para vaciar en ella mis días?. No soy más yo mismo, soy un esclavo. Carcome mis venas, mi rostro exigiendo que broten lagrimas. Exigiéndome que vacíe mi ser y que me entregue...
Entonces detuvo su agonía y sus palabras, y se agachó sujetándose el vientre como por algún fuerte dolor. La lluvia no cejaba de batir la tierra y Huotro tuvo la sensación de que las nubes escuchaban al errante.
Apenas habían unido sus caminos cuatro horas atrás, pasado el puente de Bodibia, y habían conversado con tranquilidad sobre sus oficios y sus vidas. El errante parecía ser un bardo vagabundo, y el era poeta. Ambos se dirigían al mismo mercado de lana buscando fortuna.
Pero en los últimos minutos, cuando el errante comenzó a representar sus cánticos, una cierta desazón se había apoderado de el.
Su canción se había tornado cántico poético, o llanto versado…algo extraño. La pasión con la que parecía improvisar lo había dejado anonadado.
No lo dijo. Con seguridad no pronuncio esas palabras. Pero las pensó…
<<Que te entregues, ¿a que?>> Y el rostro del errante se torció mirándolo con expresión sobrecogedora. Sus ojos fríos e inyectos hablaban de frenética rabia, su rostro de pasión y de dolor, y sus dientes, sus dientes fisurados por la tensión, hablaban de venganza.
– ...a la lluvia.
Fue entonces cuando entendió que no era una representación.
Era locura.
El errante acometió contra el con una impetuosa violencia. Apenas advirtió el potente movimiento de su brazo dando dos tajazos al aire, irreal de tan veloz y como una sombra en su inconsistencia. Luego el poeta se vio embestido y arrollado. El arma, extranjera ,se clavo en su pecho, media quebrando hueso y media hendiendo entrañas, más en el total, fría, segándole la vida. En su ultimo instante sintió que cada momento era eterno, y que cómo vivas cada segundo puede hacer ese segundo un universo. Entendió que sus dos brazos habían sido cortados, antes incluso del golpe mortal. Cayó al suelo, de su pecho brotaba una lluvia roja, pequeño torrente al desenvainar el bardo asesino, traidor en la obligada hospitalidad del camino, el arma de su cuerpo. Lo vio. El dolor era intenso, enorme, total. La locura y el genio, la actuación y la realidad. Eran lo mismo.
– Profundo pensamiento para un poeta. – Itanor había dado por concluido el visionado de los instantes del desgraciado poeta.
– Maestro, aun quedan varios céferos por ver. – dijo Itia Deno observando unas auroras gráficas de diversos colores que flotaban frente a su rostro.
– Si, serán fragmentos del paso de su espíritu. Pero no es necesario que sea visto aquí, ni que ocupe nuestro tiempo. Coge la cabeza del poeta y a tus dos aprendices que más hayan merecido auxiliarte y baja a la sala de Boro, Yomi será tu tutor por si necesitas ayuda, mira sus recuerdos completos, solo de su último instante. Itia Demo, – se giró para mirarla dejando que el peso de sus ojos la hiciesen bien receptiva - espero que en esta ocasión muestre la seriedad que se espera de una aprendiz de su nivel.
– Si maestro.
– No se debe faltar al juramento de respeto a la memoria. Observe esos recuerdos, transcríbalos a papel de kora y a arena y archívelos detalladamente.
– Bien maestro. Luego entregare la cabeza a Hayo para que haga los ritos pertinentes y la devuelva a su origen.
El ritual se detuvo. Los seis magi necesarios para la activación de la sala sencillamente se detuvieron y regresaron a sus ocupaciones. Ellos nada tenían que ver con esta investigación, y en silencio se retiraron por los pasillos por los que habían venido. Cada uno de los aprendices que habían venido con ellos se marcharon a su vez.
En la enorme sala abovedada quedaron tan solo Itanor, y sus pupilos, los guardias de la sala y sus aprendices.
– Palabras. – Dijo Itanor con voz ronca y grave. Había pedido a sus instruidos que emitiesen pensamientos o conclusiones de lo que habían visto.
El primero en hablar fue Majo Virin, quien en otra vida, ya lejana, había sido Lord Julon, heredero de Mikan.
– Sin lugar a duda se trata de un trovador de Barro Negro.
Impetuoso y seguro de si mismo. Doce años de estudio y esfuerzo apenas habían comenzado a mellar la armadura nobiliaria con la que había nacido. No era física, pero aún se resistía.
– Me intriga la razón de su seguridad, señor Virin.
– La ropa parece antigua, pero se conserva en buen estado, es elástica y resistente a la vez que muy discreta, pasaría por una mancha marrón en un vistazo dado en cualquier parte, quizá posea algún tipo de inmanencia de ocultación, pero me recuerda a las ropas de los guerreros Karnos que estudiamos en los bajorrelieves del pórtico de Anera. Como de un gesto amputa sendos brazos al poeta sin que este lo perciba me recuerda también a las habilidades que se otorgan a estos antiguos guerreros, lo que podría explicar la presencia de una espada extranjera. Cortar la cabeza de tu enemigo muerto también encaja con los ritos de ese pueblo extinto. Si el poeta nos hubiese dejado una imagen nítida de el arma que lo mató quizá pudiésemos ubicar al trovador en un contexto, y saber por tanto a que leyenda o herejía ha unido su destino.
Itanor lo sopeso mesándose la barba, confusa entre mantenerse oscura o blanquearse al cántico de la edad. Sonrió satisfecho, pícaramente.
- No es, señor Virin, ni ha sido centro de su estudio en ocasión alguna el conjunto de rarezas que forman a los trovadores de barro negro, lo acaba usted de demostrar – le dijo pacíficamente y algo divertido – pero la inmensa fortuna que le concedió el destino al tener a bien traerlo al mundo con una mente, que no conoce limite al adquirir y retener conocimiento y detalle le ha hecho llegar a una conclusión acertada, apreciando los mas ligeros detalles e ignorando los mas grandes identificadores. Quizá Gira Ameduin, quien ya en otras ocasiones ha demostrado su fascinación por esta rara casta le pueda instruir en algo nuevo. — Le hizo un gesto sutil a la instruida con la frente para que expusiera su comentario.
– Lo más significativo es el regalo. – dijo ella con la voz un poco apagada, tosió un instante y continuó – es, el regalo del trovador. Los trovadores de Barro Negro eligen a sus víctimas comunes de entre personas fuera de lo común que sienten un especial interés por algo abstracto. Lo cierto es que matar a estas personas no es ni mucho menos el centro de su actividad, no los buscan ni parecen sentir especial placer en ejecutarlos. Más bien los encuentran y les entregan su regalo, que va acompañado de la muerte, pero según parece solo les entregan ambas cosas si saben que esas personas estarían dispuestas a aceptarlas. Las dos, es decir, si aceptasen que las dos van juntas.
– El regalo – comentó Itanor a la totalidad de sus pupilos, dándole un pequeño auxilio a Gira – es una comprensión magistral sobre algún aspecto de la realidad en que se había abstraído su espíritu. – le hizo un gesto con la mano para que continuase
– Si. Los trovadores piensan algo así como que un espíritu se puede enredar durante vidas encerrado en un aspecto de la realidad tan abstracto que no pueden comprender. Afirman sentir cuando una vida que ellos se encuentran se halla en ese estado, y consideran un regalo al espíritu en cuestión el resolverles la abstracción con una comprensión directa de la realidad, o de ese aspecto de la realidad. Esta información no es del todo valorable como cierta, aun hay demasiado que no entendemos de ellos y...
– ¿De dónde has recuperado ese conocimiento? – le pregunto Ewan, hijo de pescadores y adorador del campo de la magistratura musical.
– Del pergamino de Foren encontrado en Gesenjok en las excavaciones del Maestro Dalley
Ewan parecía entusiasmado, era lo más profundo que había oído referente a los trovadores negros. ¿cómo había tenido acceso a algo propio de maestros?
– Entonces ¿por qué mata? – pregunto Virin analítico – si su sentir es la entrega del presente ¿que razón hay para la muerte?
Guira cerró los labios mostrando no conocer la respuesta, además ya había sido suficiente hablar en publico para ella. Itanor concluiría lo dicho.
– Porque en el momento en que esa vida, en este caso el buen poeta, recibiera la comprensión completa y profunda del abstracto de la realidad en que su espíritu se había enredado, se quedaría totalmente colapsada, inservible y abstraída. Consideran liberar al espíritu de la prisión de una personalidad colapsada y un cuerpo inútil una acción de gracia. No sabemos aún a ciencia cierta si requieren que la persona sea consciente de que es el momento de su muerte o no, si lo requieren como impacto a la conciencia por supuesto, lo cierto es que poseen ese poder, y esta es la paradoja. ¿Quien tiene tanto poder como para hacer entender a un espíritu en qué momento de su cosmos interior se encuentra¿ ¿quién tiene tanto poder como para verlo en otros? Ellos no solo creen verlo, sino que se reservan el derecho de creer a ciencia cierta el poder discernir quienes darían su vida por encontrar la respuesta a ciertos enigmas incomprensibles.
Se hizo un breve instante de silencio que invito a los instruidos a la reflexión.
– Puedo entenderlo. – Dijo Sracusa, el instruído que debió ser herrero – si en ciertos momentos de mi vida me hubiese encontrado con uno de esos trovadores, quizá hubiese aceptado su regalo. Creo que puedo entenderlo.
Itanor asintió comedido, con sonrisa amable.
– Los trovadores de barro negro son poderosos y peligrosos. Caminan solos o en parejas, raras veces leyendas hablan de tríos, según parece es este un número que adoran y que se niegan a imitar o superar. Oremos para que en nuestro reino no haya entrado mas de uno y concentremos nuestros esfuerzos en localizarle y observarle. Pretender tratarlo según nuestras leyes seria una provocación sin sentido.
El anciano Maestro giró su cuerpo contemplando al grupo de aprendices que le seguían durante las horas de lección con serena concentración. Unos adultos, la mayoría casi niños, pero dotados del talento suficiente, otros jóvenes, provenientes de extracciones sociales completamente diferentes .
Varones, hembras, cuestiones indiferentes para el mundo de la Magia, o al menos en un principio. La mayoría eran inmaduros todavía. No entendían lo que la Orden de la Llama Azul representaba, ni lo que abarcaba. Pero necesitaban acciones y encuentros como margen para madurar y crecer. La llegada de un Trovador de Barro Negro era terrible, ciudades enteras en el pasado sucumbieron ante la presencia de alguno de estos seres. Podían traer consigo la fortuna o la desgracia total para una nación, pero para un aprendiz de la Llama, no era más que un personaje más de cuantos había estudiado. Su llegada era sin duda una cuestión delicada, y propia de maestros, pero Itanor no era un maestro común, y sus pupilos debían enfrentarse a situaciones excepcionales.