Puara K´mlya era una diosa de los Duendes de Alkoi. Como señora de las tormentas e institutriz de los inviernos y los glaciares, sus Dones, Poderes y responsabilidades fueron muchos durante siglos de dedicación al orden y a la estructura de los mundos.
La relación entre los reinos de Oberania y los reinos humanos nunca fueron de su incumbencia, ella observaba el transcurrir de los ciclos sin más deseo que preservar el Orden y garantizar que el gran Flujo de Vida nunca fuese alterado por las fuerzas de la Oscuridad. Que los duendes de los glaciares encontrasen su camino en los valles, que las hadas de la tormenta se guiasen por las estrellas adecuadas, que los lobos invernales de Hogtha tuviesen siempre refugio y morada en las montañas de Nortumbria… esos eran sus más tímidos deseos, (esos y las infusiones de Salvia que Haraka le traía cada amanecer) y sus alumnas y alumnos los cumplían a la perfección, recibiendo y perpetuando las enseñanzas que debían caracterizar a su jerarquía en los reinos de Oberania.
…hasta que sobre sus ojos, se posaron los ojos de una Humana.
¿Cómo había llegado esa humana ante su presencia en el bosque helado de Maure? ¿Era una ilusión? ¿De que batalla parecía haber salido tal criatura, herida y agotada y, aun así, emanando tal cantidad de rabia y energía?
Estas y muchas otras preguntas recorrieron la volátil y aguda mente de Puara cuando contempló a Ahra ante ella, con las ropas desgarradas y el la piel casi helada por el duro clima, insostenible a los humanos. ¿Como podía estar viva?
La humana la retó con la mirada, intentando avanzar hacia ella en su locura… pero se derrumbó, agotada.
¿Que hacer? La humana… su mirada, ¡era fascinante!
Puara fundió la nieve ahí mismo, construyendo a su alrededor un sencillo refugio, y cuidó de Ahra hasta que esta le pudo narrar los hechos que la llevaron a adentrarse a los reinos de Oberania.
Sus aventuras y narraciones fascinaron Puara de tal modo que sus ojos carecieron de atención para centrarse en cualquier cosa que no fueran los labios de esa humana. Puara K´mlya abrió sin desearlo su pecho, y fue plenamente conquistada por el amor.
Ahra tardó un mes humano en recuperar su fortaleza. Un mes de esplendor y belleza invernal, de hielo y piedra, de acantilados y paisajes sin descripción que los merezca en los reinos de Oberania.
La guerrera entendió lo que las profecías le habían prometido a cambio de su esfuerzo y su lucha. Atravesando los velos que separan ambos mundos, encontraría su destino, y sería poseedora del autentico poder que mueve el universo. Allí, entre pieles y lumbre, entre frío y glaciares, encontró el amor en los brazos de K´mlya.
Pero los prejuicios y la ignorancia anidan incluso en las cunas feéricas del Señor de los Duendes, tal unión de amor no era comprendida por las hijas de Titania, no era respetada por los Siervos de Oberón, y ambos espíritus se vieron obligados a huir de las tierras de Oberania en dirección a las tierras humanas, donde añoraban encontrar refugio entre las multitud y variedad de los Mil Reinos.
No nos engañemos… Fue doloroso. Semanas de llanto amargo y rechazo, de estupor e incomprensión entremezclados con el mayor y más puro de los amores: el de la maternidad ansiada. Puara y Ahara, se encontraban encintas de su amor.
“Vuestra descendencia será sin ser pues su existencia misma es imposible. Y si naciere en tierras humanas, la maldigo vana. Y si naciera en tierras de Oberania, la declaro mía. Válgame por el amor entregado a tu ser que nunca ha sido respondido.”
Tales fueron las palabras que Wudbail, Señor de los Dunendes del Oeste pronuncio ante la noticia de tal union, ante la posibilidad de su fecundidad. Y ellas partieron con terror, pues eran palabras bien preñadas de poder.
Nadie sabe cómo pudo la maternidad abrirse paso, no hay trovador que tenga valor a preguntarlo, ni que deshonrase su reputación en tales cuestiones pues está escrito en las pieles de Kisher: “En las tierras de Oberania una ley las guía a todas: El Amor” y en tales palabras se haya la solución a mil enigmas que la mente no alcanza ni a exponer.
Ya en tierras humanas, Ahra conocía un nombre secreto. Conocía la existencia de un anciano que, haciéndose pasar por simple astrólogo, parecía contener la sabiduría y el poder necesarios para darles una solución y quizá, cierto reposo a sus corazones heridos.
Débil, muy débil en poder la hermosa Puara lograron tras mucho esfuerzo, aventuras y pesares encontrar la casa del astrólogo, en un discreto pueblo llamado por todos Highdell.Sin la ayuda de ciertos duendes y hadas leales a Puara y al amor, jamás lo habrían conseguido.
Llegaron de madrugada, arropadas por la luna y con más terror que esperanza ante lo que se pudieran encontrar en tal hogar.
Pero fueron recibidas con calor con hospitalidad y con refugio.
Cálida leche de cabra recién ordeñada e infusiones recogidas antes del alba, el olor del horno preñado de galletas recién hechas y la familiaridad nunca antes sentida se notaron al alba siguiente, curando cada pequeña herida que pudieran tener, por dentro y por fuera.
Allí, renacieron. Allí, se curaron, sonrieron, resplandecieron. Y comprendieron.
Su hija, seria una diosa menor. Mictala. Nacida de la única esencia capaz de unir a dioses y a mortales: el amor sin concesiones.
Pero Mictala, se hallaba maldita. Y la maldición que pesaba sobre ella ya había tomado carne en su cuerpo. Era una dulce niña cada vez más inconsistente… cada vez más etérea… cada vez más inexistente. Y nuestro buen astrólogo no daba encontrado con la solución para ella. Hasta que la encontró. Pero a sus madres, no les gustaría.
Tendría que quedarse con él y con su hija Finne, de edad similar a Mictala, mientras sus madres habrían de buscar los ingredientes que necesitaba para mantener su existencia, en ocasiones en parajes remotos con años de exigentes viajes. El garantizaría su seguridad y su anonimato y le daría la educación que necesitaba, tanto en los asuntos humanos como en los divinos, a la vez que intentaría consultar a los más discretos semidioses que conocía para poder averiguar cual era el papel que correspondía en la jerarquía a la hija de ambas.
Sus madres, con el corazón sobrecogido, aceptaron el ofrecimiento. Era eso o volver a las tierras de Oberania y verse obligadas a entregar a su hija amada a la voluntad de Wudbail.
Desde entonces, años a, con formidable voluntad buscan esos ingredientes mientras su hija existe y crece bajo el discreto techo de un astrólogo que, viéndolas a ambas crecer, ha descubierto ya que su posición y poder es ser la diosa menor de los sueños e inspiración de los poetas y trovadores humanos.
Mictala es hoy un ser evanescente, una adolescente cristalina incapaz de relacionarse con la materia común. Intangible ante todas las formas, salvo cuando la luz de la luna baña el mundo. Finne y ella son extraordinarias amigas, y ambas comienzan a sentir la necesidad de explorar el mundo, de seguir los pasos de las madres de Mictala, devotas guerreras cuya leyenda es conocida ya en todas las costas.
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